LA VIDA, UN ENIGMA 
DAISAKU IKEDA

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Capitulo 8

La naturaleza de la muerte

La inevitable muerte

Una de las preguntas básicas de la vida es: "¿Qué es la muerte?" ¿Es la muerte una terminación definitiva, después de la cual nada existe? ¿O es el portal a otro tipo de vida, una transformación antes que un final definitivo? A la inversa: ¿debemos considerar que la vida es sólo una breve fase de actividad, destinada a cesar a su debido tiempo? ¿O continúa por siempre bajo una forma u otra? A lo largo de los siglos, tales han sido los dilemas fundamentales de la filosofía y la religión. Nichiren Daishonin dijo: "Aprendamos primero sobre la muerte y después sobre las otras cosas." De modo similar, desde un punto de vista existencialista, Martin Heidegger escribió que la vida humana es "una existencia dirigida hacia la muerte" y que el potencial de muerte es inherente a la vida humana desde el momento de la concepción. Estas frases pertenecen a pensadores que trataron, enfrentándose al inevitable destino de morir, de enriquecer la vida humana y cargarla de importancia. Cualquier estudio de la vida que no tome en cuenta la muerte carecerá de resultados significativos. En el fondo, todos lo sabemos, pero aun así mostramos una tendencia a esquivar el tema. Aun cuando estamos en presencia de la muerte (cuando fallece. un ser querido, por ejemplo), nos aferramos inconscientemente a una ilusión: que nosotros somos, de algún modo, inmunes a la muerte, libres de toda obligación cíe vincularla a nosotros, al menos por el momento. La verdad es que la conciencia de la muerte es un pri-vilegio peculiar de la humanidad. Otros seres mortales, parecer, sólo tienen una vaguísima conciencia de ella como realidad próxima, en el mejor de los casos. Por lo tanto, el miedo a la muerte es una de las cualidades que distinguen' al hombre de los animales inferiores; debe ser considerado como señal de la inteligencia superior del ser humano. Sin embargo, debido a esta bendición, el hombre suele obsesio-narse con el miedo a la muerte y llega a extremos absurdos por evitarla. Las palabras de Nichiren Daishonin significan que, en vez de desviar la vista de lo inevitable, debemos enfrentar-nos a la muerte con tranquilidad, desapasionadamente, desarrollando así en nosotros el coraje y la decisión que ha-rán nuestra vida más abundante y fructífera. Si todo el mun-do evitara pensar en ella, no habría filosofía ni religión; nuestra existencia se vería así muy empobrecida, por no decir bestializada. La confrontanción con la muerte ha sido llamada la madre de la filosofía. También podría ser considerada como la madre de la ciencia, pues gran parte de toda la investi-gación científica se encamina hacia la prolongación de las expectativas de vida. La medicina moderna es resultado del esfuerzo humano por dominar su propio destino; todos los beneficios otorgados por la investigación médica se pueden rastrear, en último término, hasta nuestro miedo a morir. Los científicos serían los primeros en aceptar que no ha sido posible conquistar la muerte y que difícilmente lo sea en el futuro. En tanto sigamos siendo organismos vivos, es imposible liberarnos de la muerte. Las células de nuestro cuerpo se renuevan constantemente, pero esto no se aplica a nuestras células cerebrales, cuya longevidad pone un límite biológico a nuestro tiempo vital. Algunos sostienen que las células cerebrales viven, como máximo, ciento veinticinco años. Si tal cosa es cierta, esa cifra es la edad máxima a la que se podría prolongar la vida por medios médicos. En realidad, los casos comprobados de personas que han llegado a esa edad se pueden contar con los dedos de una mano. Aunque la ciencia y la medicina nos pueden proteger de numerosas enfermedades y, hasta cierto punto, prolongan nuestra existencia, no proporcionan solución fundamental al problema de la muerte en sí. En la filosofía y la religión debemos buscar las respuestas últimas. Que los seres humanos han atacado este tema desde los albores de la existencia humana es evidente para quien estudia el pasado. En un informe sobre los restos de un hom-bre de Neanderthal encontrado en Irak, el antropólogo norteamericano R. S. Solecki declaró haber hallado rastros de polen de flores esparcido alrededor de una tumba. Esto indica que hasta los hombres de Neanderthal honraban a sus muertos colocando flores en sus tumbas. De esto pode-mos deducir que estos pueblos primitivos creían en la exis-tencia de la vida después de la muerte. Solecki supone que la sociedad de Neanderthal ya había concebido un paraíso de cierto tipo, que trascendía los límites normales de la realidad. Por mi parte, sospecho que, como los hombres de tiempos posteriores, percibían intuitivamente la fuerza vital fundamental que palpita dentro de la naturaleza y del universo. Los hombres primitivos de Oceanía, biológicamente idénticos al Homo sapiens, creían en una fuerza sobrenatu- ral llamada mana que habitaba todas las cosas del universo. Parecen haber creído que la vida era el estado en el que el mana estaba activo y en aumento, mientras que la muerte era lo opuesto. Todos los pueblos, por muy primitivos que sean, obser-van los ritmos de las estaciones y los movimientos de los cuerpos celestes; así sienten que la vida humana también está sujeta a cambios constantes, según las pulsaciones del universo. La vida, según ven, retorna a la Madre Tierra con la muerte y reaparece con el nacimiento. Entre los pueblos primitivos está muy difundida la creencia en los ciclos recurrentes de nacimiento y muerte. El mana de Oceanía se con-cibe como una vitalidad inherente que posibilita la muerte y el renacimiento en todas las cosas vivas. La idea, fundamental-mente, equivale al concepto griego, más sofisticado, del pneuma. Aun entre los antepasados más primitivos del hombre la sabiduría humana percibía una fuerza omnipresente que actuaba en todo el universo. En una etapa posterior, los hombres desarrollaron varios tipos de animismo, según los cuales todos los seres vivos del universo, incluidos los hombres, poseían almas propia. En este tipo de religiones se suele creer que la vida es el estado en el que el alma habita un cuerpo particular; la muerte, el estado en que el alma se ve liberada de sus confines físicos. Esta idea lleva directamente a la doctrina de la inmortalidad del alma, dogma común de muchas de las religiones superiores. En las religiones judeo-cristianas, la inmortalidad del alma se vincula con el concepto de la creación por parte de una deidad todopoderosa. En general, sostienen que alma es creada por Dios en el momento de la concepción y que continúa existiendo después de la muerte. Las almas de los creyentes que han tenido fe en Dios pueden ascender al cielo y vivir eternamente; las de los infieles son condenadas por siempre al purgatorio o al infierno. El cristianismo sostiene también que habrá un juicio final; sonarán las triompetas, los muertos se levantarán de sus tumbas y todos, vivos o muertos, se presentarán ante Dios para conocer el destino último de su alma. Sin embargo, debemos hacer notar que, si bien el cristianismo cree eco un nuevo nacimiento después de la muerte, sostiene que sólo hay una resurrección, después de la cual el alma continua existiendo eternamente. La creencia en una personalidad inmortal es también: dogma del islamismo. Según la creencia islámica, en el juicio final los muertos se separarán en tres grupos: los convocados a permanecer junto al trono de Alá, los enviados a un cielo paradisíaco y los condenados a un feroz infierno. En el zoroastrianismo se cree en dos clases de juicios, aquel al que se somete el alma inmediatamente después de la muerte y otro al que todas las personas, vivas o muertas, se someterán a un mismo tiempo. Estas religiones, junto con el judaísmo, del cual descienden tanto el cristianismo como el Islam, presentan varias similitudes. En primer lugar, todos sostienen que la vista individual es creada por la deidad en el momento de la concepción. Luego, que todas las almas siguen existiendo después de la muerte física. Por fin, que los muertos volverán todos a la vida el día del juicio final, para que la deidad decida el destino final de todos. Debo observar que ninguno de estos credos, a los que, con propósitos prácticos, podemos clasificar como occidentales, ha adquirido una influencia dominante en Oriente. La actitud oriental hacia la vida y la muerte, tal como se la ve en India y en Asia Oriental, difiere fundamentalmente de la de Occidente. A1 compararlas recuerdo una analogía empleada por el difunto conde Coudenhove-Kalergi, quien dijo que los orientales consideraban la vida como una sola página de todo un libro, mientras que los occidentales la tomaban como el libro entero. Desde el punto de vista oriental, morir equivale a llegar al final de una página y volver la hoja; en el concepto occidental, vivir es leer todo el libro una sola vez y llegar a su fin. El cristianismo y las otras religiones principales de Occidente (incluida Asia Occidental) enseñan que, según vivamos nuestro período vital limitado (según leamos nuestro libro), nuestro destino quedará determinado de una vez para siempre. Las religiones orientales, por el contrario, consideran que la vida humana es sólo un acto en un drama sin final. El materialismo (podemos apuntarlo al pasar) está muy extendido en casi todos los países, en la actualidad, y es como las religiones occidentales: la vida es el libro entero. La principal diferencia es que, para los materialistas, cuando el libro termina se acabó todo; no hay alma que continúe existiendo al morir el cuerpo. A grandes rasgos, tal es la diferencia entre quienes creen en la religión y quienes no. La actitud oriental para con la vida y la muerte se puede apreciar tanto en el hinduismo como en el budismo, pues, a pesar de sus diferencias, estas dos grandes religiones encarnan la doctrina de la transmigración, la idea de que la vida, al ser eterna, pasa por una interminable cadena de muertes y renacimientos. La muerte física no es un final definitivo, sino sólo una transformación de los factores Y las funciones que, colectivamente, crean y sostienen una vida individual. La vida es continua y se extiende desde el infinito pasado hasta el infinito futuro. Aunque una existencia determinada, es, como decía el conde CoundenhoveKalergi, una página dentro de un libro, el libro en sí no tiene principio ni final. Por muchas páginas que se vuelvan, la historia continúa indefinidamente. La transmigración se asocia estrechamente con la creencia original de que el karma, la suma total de causas acumuladas en una vida en particular, determina el futuro de esa vida. Las religiones occidentales, en general, consideran que el destino de todo hombre, en -la vida, es determinado por la voluntad de Dios; el destino de su alma, en la vida posterior, ha de ser resuelto por el juicio divino. Los credos orientales, por el contrario, creen que el destino de todo hombre es determinado por su karma y, de este modo, es el resultado natural de las leyes de causa y efecto. El budismo, en particular, considera las alegrías y los dolores de la vida presente como consecuencia de causas acumuladas en vidas previas. Más aún, cree que las causas acumuladas en la vida actual son factores determinantes en las vidas futuras por toda la eternidad. Tal como ya hemos apuntado, el gran maestro chino Chih-i escribió, en su Significado Profundo del Sutra del Loto (Hokke Gengi): "Mis sufrimientos actuales son todos resultado del pasado; el fruto de mi actual práctica de la fe llegará en el futuro." Se me ocurre que en la creencia cristiana, si uno vive entre tormentos desde el día en que nace hasta el de su muerte, sólo le queda reprochar a Dios esa falta. de misericordia. Lógicamente hablando, ha de ser Dios quien crea el mal tanto como el bien. Si aceptamos el budismo, en cambio, cobramos conciencia de que las causas esenciales de nuestros problemas radican en nuestra propia vida. Así es posible, aceptando la responsabilidad por nuestros propios sufrimientos, aliviarlos y llegar a un estado de paz y felicidad indestructibles. Cuando uno descubre que es el dueño de su propio destino, también halla una estrella de luminosa esperanza que le permite ver a través del velo de ilusión. En mi opinión, el concepto budista de la vida tiene mucho más sentido para el hombre moderno que la idea de que todo está en manos de Dios. En 1972 y 1973, mantuve una serie de discusiones con el fallecido profesor Arnold Toynbee. Lo considero uno de los mayores intelectos de nuestra época; por eso fue una satisfacción descubrir que estábamos de acuerdo en muchos puntos. Uno de éstos era que el concepto hindúbudista del karma ofrece una explicación más razonable y factible sobre el destino del hombre que las encontradas en la tradición judeo-cristiana. El profesor Toynbee se refería con frecuencia al cristianismo, el Islam y el budismo llamándolos "religiones superiores", es decir, religiones que tratan de poner a los seres humanos en contacto directo con la "realidad espiritual última". Puesto que todas ellas tienen criterios similares con respecto al principio último de la vida y del cosmos, están de acuerdo en cuanto a la eternidad de la vida. Entre las numerosas religiones del mundo, algunas son poco más que mera superstición; otras se interesan primordialmente por los hechizos. Aun entre las religiones superiores encontramos referencias a mundos fantásticos y creencias irracionales: paraísos poblados de ángeles alados que tocan el arpa o de Budas sentados en flores de loto. Sin embargo, por todo esto circula una creencia fundamental en la eternidad de la vida, que yace en el fondo de la mente humana desde hace millones de años. El profesor Toynbee consideraba que las religiones superiores eran la sabiduría acumulada de los antiguos pensadores, que habían buscado la comunión con la realidad espiritual última. Si igualamos "realidad espiritual última" con "vida cósmica", se torna evidente que las religiones superiores buscan sin cesar ese elemento original y esencial de la vida. En resumen, la sabiduría humana, al tratar el problema de la muerte, tiende la mano hacia el significado íntimo de la vida cósmica, a fin de explicar la eternidad de la vida. Para el profesor Toynbee, todas las religiones superiores llegarán, tarde o temprano, a un equivalente del concepto budista de kú. Kú es, por lo tanto, el punto focal de la realidad espiritual última. Aunque todas las religiones tratan de explicar la presencia eterna que palpita en el estado de kú y comprender así la eternidad de la vida, la búsqueda ha resultado en una amplia variedad de doctrinas opuesta; Si deseamos descubrir el verdadero aspecto de la vida en relación con la muerte, debemos apartar los conceptos parciles e incompletos de kú y acercarnos al verdadero criterio budista.

La vida después de la muerte

Al escribir sobre la transmigración, el profesor Michitaró Tanaka, una autoridad en filosofía griega y profesor emérito de la universidad de Kyoto, citó el caso de Pitágo ras, quien, al ver que maltrataban a un perro, ordenó a sus torturadores que lo dejaran en paz, pues lo reconocía como la encarnación de un amigo muerto. El profesor Tanaka también menciona una comedia griega en la cual un deudor, al presentarse ante el juez, argüía que no tenía obligación: de pagar sus deudas, pues por entonces era una persona diferente de la que había pedido el préstamo. Existe un elemento de verdad en el argumento del deua don. Todos hemos visto la fotografía de un bebé sonriente a quien sabemos convertido, ya adulto, en un perfecta réprobo. Todos hemos tenido dificultades para identificar la cara de un amigo en una fotografía escolar, tomada muchos años antes. Parte del carácter de una persona sigue invariable a medida que pasan los años, pero una parte mayor cambia, con frecuencia a tal punto que la índole de esa per, sona se transforma completamente. Si su aspecto se ha tornado irreconocible y su índole está muy alterada, ¿sigue siendo la misma persona o se convierte en otra, como imaginaba del deudor del cuento? Innecesario es decir que sigue siendo la misma persona; en la vida real no hay quien se crea totalmente distinto después de cierto tiempo. Hay algo en nosotros que asegura nuestra propia identidad. El profesor Tanaka llegó a la conclusión de que, si no postulamos algo del tipo del "alma", no podemos explicar esa identidad continua. En mi opinión, lo que el profesor Tanaka ha llamado alma se identifica con lo que yo he descripto como entidad (nyoze-tai), uno de los Diez Factores de la Vida. Se manifiesta en la apariencia (nyoze-só) y en la naturaleza (nyoze-shó). La entidad está libre de cambios fenoménicos, pero se manifiesta en todos los cambios. El profesor Tanaka escribía: "En la doctrina de la Transmigración es una premisa básica que el alma retenga su identidád y su continuidad. Si un perro renace como hombre debe, en el proceso, beber de las aguas de Leteo, que bloquean la memoria de su existencia anterior. En verdad, en esta vida presente no hay continuidad de memoria entre mi infancia y el presente. Por lo tanto, ¿qué es lo que me hace ahora la misma persona que aquel bebé? Hoy en día, la gente suele oponerse a hablar de la inmortalidad del alma, pero ¿hay mucha diferencia entre creer en una identidad que nos vincula con nuestra infancia y la creencia de nuestros antepasados en la inmortalidad del alma?" Si por "alma" interpretamos lo que he llamado yo esencial, el punto de vista del profesor Tanaka es idéntico al mío. Puesto que el hombre no guarda recuerdos de su vida antes del nacimiento, puede creer que surgió a la vida en el vientre de su madre. Por la misma lógica, parecería que, como nadie puede recordar claramente su primera infancia, la identidad de un adulto ha cambiado desde la niñez. Sin embargo, si uno cree ser ahora la misma entidad que al tiempo de su nacimiento, no puede descartar simplemente la idea de que se pueda haber sido otra persona en una vida previa. Los materialistas se ríen de esa idea; entre los intelectuales es moda imperante ignorarla o tratar de no prestarle la atención. En un libro titulado El modo en que morimos (Níngen no Shinihata), Yoshio Nakano se expresa de este modo: "Por mi parte, deseo que mi alma se destruya junto con mi cuerpo. Tal sería la solución más feliz y por ella rezo." Aunque existen quienes desean fervientemente la extinción, otros, al borde mismo de la muerte, se obligan a vivir, en un esfuerzo por satisfacer alguna ambición o algún encono. En cualquiera de los dos casos, nadie puede estar seguro de que la existencia acabe con la muerte. Nakano por su parte, continuaba: "Aun así, no tengo pruebas de que' la vida después de la muerte sea imposible. Sólo puedo suponer que, cuando las células de mi cuerpo dejen de funcionar, también mi alma se extinguirá. Siento que una muerte semejante sería una bella liberación, pero el hecho de que así lo desee no lo convierte en realidad." La idea de la muerte como extinción total de la vida suele recibir apoyo de tres tipos de argumentación. Una consiste en citar la "evidencia empírica", o sea, los relatos de personas que, según propio testimonio, han estado a las puertas de la muerte y creen que la muerte ha de ser una extensión de lo experimentado entonces. Más científica es la opinión de que la vida no puede continuar una vez que el cuerpo ha quedado reducido a simples elementos o compuestos químicos. Los materialistas más serios llevan este argumento más allá e insisten en que la actividad espiritual no puede existir sin la actividad física; desde este punto de vista, el espíritu es la función de nuestras células cerebrales y no puede seguir existiendo tras la muerte de las células cerebrales. Típico de este primer tipo de argumentos (el roce con la muerte) es un párrafo de Michio Takeyame en Ningen ni tsuite (Sobre el hombre). A la edad de seis años, el autor perdió la conciencia a raíz de una caída en la que se hirió gravemente. Recobró los sentidos, por un rato, cuando estaban por aplicarle anestesia general. Más tarde le pareció que el efecto de la anestesia debía de ser más o menos lo mismo que morir. "Me pusieron una máscara en la boca y en la nariz", registra. "El cloroformo caía sobre la máscara gota a gota, y el olor parecía sofocarme... Siguiendo las instrucciones, conté: `Uno, dos, tres. . .' Sentía olas que batían en mi cabeza, a medida que se tornaban más fuertes percibí un ruido chirriante, precipitado. Justo cuando pensé que se me partiría la cabeza, el ruido se apagó y sentí que me dormía. Caí en un torbellino confuso, del que pasé a la nada absoluta." Para una muerte objetiva, esto está muy lejos de ser la muerte real, pero Takeyama no es el único convencido de que ese tipo de "nada absoluta", ocasionalmente experimentada, debe de ser lo que nos espera después de la muerte. Fundamentalmente, esto es sólo una suposición, tal vez basada en el parecido superficial entre muerte y sueño. Una, pérdida profunda de conciencia, después de todo, no representa siquiera una pérdida temporaria del ser. Como en el sueño, la vida prosigue en vastas zonas de la mente subconsciente. De todos modos, por cada relato de alguien "próximo a la muerte" que menciona la extinción de la actividad mental, se puede encontrar otra que sugiere la continuación de la conciencia de alguna forma, después de la muerte. Recuerdo una llamativa experiencia personal descripta por el médico y profesor Lord Patrick Geddes (1854 - 1932), cuyas palabras cita Rosalind Heywood en Man's Concern with ' Death (compaginado por Amold Toynbee y con un inspirador ensayo de su autoría). Lord Geddes escribía: "El sábado, 9 de noviembre, pocos minutos después de medianoche, comencé a sentirme muy enfermo; hacia las dos sufría, decididamente, una gastroenteritis aguda... Hacia las diez presentaba ya todos los síntomas de un grave envenenamiento. . . el pulso y la respiración eran casi imposibles de percibir. . . Me di cuenta de que estaba muy enfermo y revisé apresuradamente mi situación financiera. A partir de entonces, en ningún momento noté que mi conciencia se nublara de modo alguno, pero de pronto cobré la noción de que esa conciencia mía se estaba separando de otra que también era yo." Recuerda, ¿verdad?, esos sueños en que una parte de nosotros sabe que estamos soñando. En este caso, los médicos hablan de una división o separación del yo. Lord Geddes, al describir esta condición, utilizó los términos "conciencia corporal" y "conciencia del yo". La conciencia del yo presenciaba el decaimiento gradual del cuerpo, según sentía que el corazón, el hígado y el cerebro se debilitaban. Simultáneamente, Lord Geddes tenía la impresión de que la conciencia del yo estaba separándose y confundiéndose con una gran corriente de vida. Esto es lo que conocemos como experiencia "fuera del cuerpo". Rosalind Heywood se pregunta si la muerte, en si no es algo como esto: la desintegracion conciencia corporal, acompañada por la union de la conciencia del yo con una corriente de vida más grande. Mi impresión es que si bien puede parecer que la conciencia se desvanece en el momento de la muerte, tal como ocurre cuando estamos profundamente dormidos, no se ve totalmente aniquilada. Antes bien, se sumerge en las profundidades de la vida y se unifica con la fuerza vital universal del cosmos. En todo caso, experiencias tales como las de Lord Geddes presentan el segundo tipo de argumentación contra la vida después de la muerte (la idea de que la vida debe cesar por completo con la división del cuerno en elementos químicos básicos) como poco convincente, en el mejor de los casos. En cuanto a la idea materialista de que no puede existir actividad espiritual sin actividad física, debemos reconocer en esto cierto elemento de verdad. Se sabe que la actividad espiritual está relacionada con las células del cerebro, sin el funcionamiento de la corteza cerebral no habría intrincados procesos de pensamiento ni especulaciones religiosas. Sin embargo, esto no implica que la conciencia en sí brote del cerebro. En cambio, el cerebro me parece la manifestación física de la conciencia radical. Es la ubicación tangible en donde se produce la actividad mental. Bien conocida es la amplia y lógicamente impecable refutación que hizo Henri Bergson de las teorías materialistas sobre la vida y la muerte. En una conferencia llamada “Cuerpo y mente" dictada en 1912, explicó la relación entre el cerebro y la conciencia comparándolos con una percha de la que cuelga una prenda de vestir. La ropa representa la conciencia, la percha el cerebro. Aunque la ropa depende, para sostenerse del cerebro es una entidad separada. No se puede averiguar nada de la prenda mediante el examen de la percha, así como no se puede saber nada de la percha examinando la ropa. Si la percha cae, lo mismo ocurre con la ropa, pero la primera es sólo el apoyo de la segunda y no su origen. Sin embargo, si las celulas cerebrales sufren daño, es posible que la mente sufra un daño espiritual. Cuando las células cerebrales mueren, la conciencia pierde su manifes-tación física, pero esto no equivale a decir que toda la vida, incluido lo conciente y lo subconciente, haya sido aniquilada. Diversas funciones de la mente pueden seguir existiendo y moviéndose en armonía con la vidacósmica, de la cual todas las vidas individuales forman parte. Una vez analizados el cerebro y la conciencia, Bergson llegaba a la conclusion de que el funcionamiento de la mente se extendía mucho mas allá del cerebro fisico. Su opinión era que: la mente continuaba existiendo después de la muerte. Por cierto, estaba tan convencido de su argumento que al finalizar su conferencia aseguró que la tarea de conseguir pruebas correspondía a quienes intentaban negar la posibilidad de la vida después de la muerte. Ultimamente, las ideas de Bergson han vuelto a ponerse de moda. Esto me parece graficamente, pues tiende a confirmar mi creencia de que quienes dicen la verdad siempre será escuchado, aunque sus opiniones pueden tener eclipses periódicos. Al intentar la explicacion de la vida despues de la muerte, todas las religiones superiores (para no mencionar muchas filosofias) llegan en ultimo termino, al concepto de kú o latencia. Lo que he tratado de aclarar es que la clave del acertijo, a largo plazo, solo podra ser hallada en la religión pues no hay explicacion cientifica totalmente satisfactoria tal vez nunca la haya. Del mismo modo, no hay pruebas científicas de que no existe la vida despues de la muerte. Quienes creen en el enfoque religioso no tiene motivos para vacilar ante los argumentos de los materialistas. Un examen detallado revela que gran parte de la logica científica exhibida sería superficial si los hechos fueran ciertos.

Una ley de conservacion

Encontramos un interesante enfoque del tema de la vida después de la muerte en un libro titulado Ningen wa Shindara dó Naru Ka (¿Qué pasa con el hombre después de la muerte?), escrito por el doctor Kinjiró Okabe, profesor emérito de la universidad de Osaka. El doctor Okabe, en su condición de físico, emplea un método que describe como "de detectives científicos"; consiste, en realidad, en extraer deducciones de un hecho científico conocido con respecto a la naturaleza de lo desconocido y lo imposible de conocer. Considerando que se trata de un hombre dedicado a las leyes de la física, el doctor Okabe se acerca notablemente al budismo en sus conclusiones referidas a la vida y la muerte. El elemento clave en la argumentación del doctor Okabe es el principio de conservación de la energía. Este principio fundamental de la ciencia moderna establece que la energía nunca se pierde, aunque puede tomar otras formas, dinámicas o potenciales. Por ejemplo: la energía eléctrica proporcionada a una, lámpara no se disipa: se transforma en una cantidad equivalente de energía óptica y térmica. La energía dinámica sólo puede resultar de la transformación de una cantidad equivalente de energía potencial y viceversa. En resumen, la energía no se puede crear ni destruir. Puesto que la materia se puede expresar en términos de energía, también existe una ley de conservación de la materia. El doctor Okabe llega a la conclusión de que ha de existir un principio similar aplicable a la vida, que es una forma de existencia y debería, lógicamente, estar sujeta a las leyes universales de la física. En mi opinión, es una posición comprensible: si se considera a los seres vivientes como complejos de energía esta energía debe componerse de energía física y espiritual. No veo motivos por los que cualquiera de ellas no pueda estar sujeta a los principios de conservación. El doctor 0kabe presenta un concepto que llama "el núcleo del alma", similar, si no idéntico, al alma postulada por Michitaró Tanaka. Nuestra vida, según el doctor Okabe, es el estado activo del núcleo del alma, mientras que la muerte es el estado pasivo. El significado de estado activo y estado pasivo, términos que parecen tomados de la física, está bastante claro. El estado activo se entiende como las manifestaciones visibles de la vida: los movimientos de los miembros, el funcionamiento del cerebro, la expresión de las emociones. Con la muerte, estas funciones vitales entran en una fase latente. En la superficie parecen haber dejado de existir, pero en realidad retienen su potencial de vida. Esta condición es lo que el doctor Okabe denomina estado pasivo o muerte. El doctor Okabe cree que el núcleo de la existencia, en respuesta, a las circunstancias que lo rodean, va y viene entre los estados activo y pasivo, es decir, entre la vida y la muerte. Aunque el doctor Okabe llegó a su teoría por extrapolación de las leyes de la física, sus conclusiones están muy próximas al antiquísimo concepto de la transmigración. La idea de que la vida y la muerte se alternan en ciclos se puede explicar más fácilmente por medio de una analogía, si bien debo hacer notar que, para más de la mitad de la población mundial (la que habita en la India y en Asia oriental), el concepto de la transmigración no requiere explicación alguna, pues resulta más lógica que cualquier analogía concebible. Podemos comparar la vida con la lluvia que cae más allá de nuestra ventana. Una vez que ha caído, parece empapar el suelo o fluir en arroyuelos hasta volcarse en arroyos más grandes, que desaguan en los ríos; a su debido tiempo, el agua de lluvia llega al océano. Desde la superficie oceánica, se eleva en forma de vapor y se incorpora a las nubes, de las cuales vuelve a caer a la tierra como lluvia. El agua de lluvia es líquida por un período y gaseosa por otro, pero su estructura química permanece inalterada a lo largo de todo el ciclo hidrológico. La vida y la muerte son como las formas físicas de lluvia. El agua es un líquido visible; el vapor, un gas, con frecuencia invisible. Pero ambos consisten en moléculas que contienen dos átomos de hidrógeno y un átomo de oxígeno. Del mismo modo, vida y muerte son sólo dos aspectos de la misma existencia fundamental, que pasa de un estado al otro y vuelve a comenzar, en círculos interminables. Al combinar la física con una línea de razonamiento original, el doctor Okabe penetró profundamente en la naturaleza de la vida en sus incesantes transformaciones a través del pasado, el presente y el futuro. El Buda, por medio de la penetración religiosa antes que por inducción cien; fica, descubrió no sólo la verdadera naturaleza de la vi(' y la muerte, sino también todas las leyes que gobiernan el funcionamiento de la vida y el cosmos. Pasemos ahora la ciencia a la religión, de la conservación de la energia al fluir de vida y muerte, tal como las vio el Buda.

La muerte: un recurso

Shakyamuni decía que la vida está compuesta por cuatro sufrimientos básicos: el nacimiento, la enfermedad, la veis y la muerte. Para hallar el modo de liberar a los hombres di sufrimiento, se retiró del mundo e inició su búsqueda de, iluminación. Sospecho que su meta principal era hallar tipo de conocimiento que permitiera a la gente superar los sufrimientos causados por la muerte; no evadir la muerte sí, pero sí superar el dolor que entrapa. Pues la muerte es el problema básico. La ancianidad trae sus fastidios y sus pesares: perdemos nuestra frescura nuestra belleza; nos llenamos de arrugas; vemos partír a nuestra familia y a nuestros amigos; nos descubrimos solos y debilitados. Sin duda, el terror más grande de la vejez es que, como proceso, lleva inevitablemente a la muerte. U enfermedad puede causar angustia física y mental, pero más nos aflige saber que una enfermedad suele ser precursora de la muerte. En cuanto al nacimiento, se lo considera con), el principio de todos los sufrimientos, primordialmente poro u. toda persona, una vez nacida, no puede dejar de morir. Los cuatro sufrimientos se derivan, en último termino de la vulnerabilidad humana a la muerte y del aborrecimiento que por ella sentimos. Todos los seres vivos le temen instinti vamente, pero el miedo del hombre es especial, porque es único animal provisto de la capacidad mental suficiente como para aprehenderla y preguntarse qué hay más allá de ella. Esta conciencia da origen a terrores desconocidos a los otros anímales y hace que los hombres ansíen la inmortalidad. En otros tiempos, reyes y potentados buscaban, por sobre todas las cosas, un elixir de vida; la gente común soñaba con vivir para siempre en el paraíso. En tiempos recientes he leído que algunos norteamericanos, enfermos incurables, quieren hacerse congelar y depositar en frío, con la esperanza de que, algún día, los médicos puedan descongelarlos y proporcionarles la curación. Aunque no siempre se lleva el apego a la vida a extremos tan morbosos, suele ser lo bastante fuerte como para hacer que gran número de personas traten de apartar a la muerte de sus pensamientos, como si fuera una deuda que pueda quedar indefinidamente impaga. Cuando, por fin, se enfrentan al hecho de que es preciso cerrar cuentas, buscan consuelo en el concepto de un alma indestructible o de otro mundo, en el que renacerán inmunes a la muerte. Como ya hemos visto, muchas religiones, si no todas, expresan o reflejan estas ideas. Aun en el budismo existe la idea de que los fieles, al morir, renacerán en una Tierra Pura del oeste, donde vivirán en la gloria y en la perfecta iluminación por siempre jamás. Aunque esta idea tiene muchos seguidores, en principio no se la presentó como teoría definitiva de la vida después de la muerte, sino como un medio para atraer fieles al budismo. El propósito original de Shakyamuni era acabar con el inútil apego del hombre a este mundo, a fin de enfrentar directamente el problema de la muerte. Puso grandes cuidados en aclarar su verdadera naturaleza. Mientras que muchos hombres no quieren morir, ni siquiera pensar en eso, él se elevó valerosamente por sobre esa aversión instintiva y aceptó los cuatro sufrimientos como condición normal de la vida. Con plena conciencia del sufrimiento humano, contempló la esencia de la vida y la muerte. Se ha criticado al budismo tildándolo de negativo, debido al fuerte énfasis que pone sobre los sufrimientos ocasionados por la vida. Pero ¿qué puede ser más positivo que enfrentarse a la realidad de la muerte, junto con sus sufrimientos concomitantes, y buscar el modo de superarlos? Aunque el budismo predica la eternidad de la vida, la teoría budista sobre el terna no es, por cierto, un simple paliativo para quienes consideran la muerte como algo horripilante. Por el contrario, la transitoriedad de todas las cosas y la miseria imperante en la vida humana, que figuran entre las enseñanzas fundamentales del budismo, son doctrinas, que, para el ser humano promedio, suelen resultar desalentadoras, si no tan atemorizantes como la muerte misma. Lejos de dorar la verdad, el budismo nos pide que la aceptemos con calina y sin temores. Se enfrenta directamente al hecho de que todo lo vivo ha de morir. Nos preguntamos: ¿por qué morimos? ¿Son la vida y la muerte cosas fundamentalmente separadas o hay entre ambas una relación íntima? ¿Qué clase de corriente, de flujo, es la vida? Shakyamuni, con valor, dominio de sí y ojos abiertos, buscó las verdaderas respuestas a tales preguntas referidas a su propia vida. Y la iluminación que halló es la vida eterna. Al describir su iluminación, Shakyamuni dijo: "Así recordé mis diversas vidas pasadas: la primera, la segunda, la tercera, la cuarta, la. décima, la vigésima, la trigésima, la cuatrigésima, la quincuagésima, la centésima, la milésima, la cienmilésima vida, las incontables formaciones del universo, las incontables destrucciones del universo, las formaciones y destrucciones del universo. Recordé cuáles habían sido mis nombres, cuáles mis apellidos, cuáles mis nombres tribales, qué comí, qué placeres y qué dolores experimenté." Es un error tomar la vida o la muerte como absolutas, ignorando una u otra. Ambas son fases intrínsecas de la existencia humana. La vida humana fluye eternamente en grandes olas; vida y muerte se alternan en el tiempo. Shakyamuni lo percibió recordando el fluir de sus propias vidas. La suya no era una romántica doctrina de inmortalidad nacida del apego a la vida. Percibió que la vida debía ser eterna por la ley de causa y efecto que recorría su propia serie de existencias. En su concepto, la muerte se produce para que pueda haber vida nueva. Su función es como la del sueño: es un período de descanso antes de un nuevo despertar. Esta idea está expresada en el capítulo del Sutra del Loto sobre la Vida Eterna del Buda, en el cual la muerte se presenta como un recurso que no debe ser ignorado, sino subordinado a la vida. Este punto de vista es, en muchos sentidos, un himno a la vida, pero no de los que instan a evitar la muerte o a olvidarse de ella. El objetivo del Sutra del Loto, como el de Shakyamuni, es permitirnos degustar las alegrías de la vida sin permanecer ignorantes de la naturaleza y la esencia de la muerte. Permítaseme destacar que el budismo no es una religión pesimista o ultraterrena, como algunos críticos aducen. Al mismo tiempo, no predica un optimismo ilimitado. Su mensaje es que. la alegría de vivir no se halla evadiendo los sufrimientos de la vida, sino luchando con ellos hasta el fin. La verdadera felicidad o nace de la huida; el éxtasis basado en el autoengaño no perdura. La iluminación proviene de ver la verdad, por desagradable que ésta pueda ser. La idea de la muerte como recurso es una revelación, pero no constituye una explicación completa de la relación entre la vida y la muerte. Tal vez también la vida pueda ser considerada como un recurso, ideado para conducir a la gente hacia una visión más saludable de la muerte. La explicación de Nichiren Daishonin sobre vida y muerte como dos aspectos de una misma entidad es más profunda. En las Enseñanzas oralmente transferidas (Ongi Kuden), se cita lo siguiente: "Odiar la vida y la muerte, tratar de apartarse de ellas, es autoengaño o iluminación parcial. Percibir la vida y la muerte como esenciales es iluminación o comprensión total. Ahora, cuando Nichiren y sus discípulos cantan Nam- myoho-renge-kyó, saben que vida y muerte son funcionamien-tos intrínsecos de la esencia fundamental. Ser y no ser, nacimiento y muerte, aparición y desaparición, existencia mundana y extinción futura, todos son procesos esenciales y eternos." La muerte, en el análisis final, no es un fenómeno im-permanente ni un recurso. Junto con la vida, es inherente a la existencia fundamental y coexiste con la vida cósmica. La iluminación de Shakyamuni demostró que la muerte no debía ser evitada ni tomada como objeto de temor. Nichiren Daishonin nos proporcionó una visión más clara y comprehensiva de vida y muerte como pertenecientes al flujo eterno del ser universal.

La iluminación reveló a Shakyamuni el vasto panorama de la vida humana que se esparce por el tiempo y el espacio. Debió haber visto gente cuya vida era sofocada muy poco después del nacimiento, así como personas que vivían hasta la ancianidad. Desde el punto de vista opuesto, deben existir, entre quienes mueren, algunos que renacen casi de inmediato y otros para quienes la muerte se arrastra por siglos y siglos. Aunque la muerte puede ser un continuo apacible, también puede parecer una pesadilla interminable. En cualquiera de los dos casos, acabará por transformarse nuevamente en vida. Para la existencia individual, cuanto menos, la muerte es un medio de almacenar energía para la vida, con un período de descanso que precede al retorno a la acción. El ciclo vida-muerte suele compararse con los períodos alternados de sueño y vigilia en la vida ordinaria. La analogía es válida, pues unas cuantas horas de sueño nos restauran, preparándonos para un nuevo día, así como la muerte nos prepara para una nueva vida. Debo hacer notar una segunda similitud: que ni el sueño ni la muerte anulan nuestra identidad. Así como la persona que se duerme sigue siendo la misma persona al despertar, una entidad viviente que muere sigue siendo la misma entidad viviente al nacer otra vez. En este sentido, la muerte puede, por cierto, ser considerada como recurso. Deberíamos apuntar que los psicólogos ven en el sueño un desempeño mucho más activo que el tradicionalmente supuesto. Cuando dormimos, soñamos; todos los psicoanalistas, a partir de Freud, sostienen que los sueños son expresión de nuestras esperanzas y frustraciones. Alivian las presiones a la que no hemos podido responder mientras estábamos despiertos. Con frecuencia se cita el ejemplo de un hombre que, furioso con cierta persona, se ve impedido en la vida real de dar rienda suelta a su enojo. Si ese hombre sueña que libera su ira contra la otra persona, lo más probable es que despierte descansado y aliviado de sus malos sentimientos. En esta forma, los sueños suelen obrar como catarsis de la mente. No es raro que se nos ocurran buenas ideas o inspiraciones cuando estamos dormidos o soñolientos. "Se me ocurrió en un sueño" es frase que todos hemos usado en algún momento. Con respecto a este fenómeno, el profesor Teruo Ókuma, de la universidad de Tottori, ha escrito: "Los sueños son expresiones del verdadero yo. Liberan deseos y preocupaciones habitualmente reprimidos durante la vigilia." En ciertas situaciones, la mente puede llegar a una idea más eficiente o creativa mientras duerme que al estar despierta. Que el sueño es un estado subordinado ya no es idea defendible. El sueño forma parte de nuestra acción vital, tanto como cuando estamos despiertos. Según las palabras del profesor Junji Matsumoto, de la universidad de Tokushima: "El estar despierto y el estar dormido se pueden considerar como estados alternados en un fluir continuo de conciencia. Estos estados cambiantes se combinan con las diversas funciones del cerebro para producir actividades espirituales y vitales." Deberíamos observar que "conciencia", tal como se emplea aquí, incluye el subconsciente y el inconsciente. Empero, al regresar al tema de la vida y la muerte estaremos en mejor posición para examinar las profundas explicaciones ofrecidas por la filosofía de Nichiren Daishonin. Shakyamuni, en su sabiduría, describió las fases de vida y muerte, pero no consideró adecuado definir la esencia indestructible del fluir universal de la existencia. Aunque predicó que la enseñanza última del budismo era la percepción de esta realidad esencial, nunca la describió claramente en palabras. El fluir incesante de la vida como existencia fundamental mana como olas oceánicas de las profundidades más íntimas de todo ser. Mientras marca el ritmo incesante de vida y muerte, se desarrolla constantemente desde el pasado infinito al infinito futuro. Nuestro yo, que es la esencia fundamental de nuestra vida, manifiesta los cambios incesantes y momentáneos, pero permanece anclado en el gran flujo de la naturaleza, que sigue su viaje eterno. A veces, el yo experimenta la alegría de vivir; a veces se regodea en la tranquilidad de la muerte. Para algunos, vida y muerte pueden estar colmados de sufrimientos y penas. En todo caso, vida y muerte son funciones o expresiones del eterno fluir de la vida. Y todas las corrientes de vida individual se fusionan con la realidad elemental del universo. Este flujo total es un oleaje cósmico, único e indivisible. La corriente de vida universal que subyace bajo todas las cosas y todas las acciones, inmanente a ellas, es la Ley Mística propuesta por Nichiren Daishonin. El misericordioso poder de la Ley Mística reside en la íntima profundidad de todo cuanto hay en el universo. Nuestra vida existe, siempre ha existido y siempre existirá, simultáneamente con el universo. No surgió antes del universo, ni se produjo por casualidad, ni fue creada por un ser sobrenatural. Nichiren Daishonin enseñaba que la vida y la muerte son los aspectos alternantes en los que se manifiesta nuestro verdadero ser, y ambas son parte de la esencia cósmica. En Sobre las enseñanzas últimas confirmadas por todos los Budas (Sanze Shobutsu Sókammon Kyósó Hairyú), Nichiren Daishonin escribió: "La idea de que vida y muerte son dos es el razonamiento de los sueños, confundidos e invertidos. Si examinamos nuestra verdadera naturaleza cuando estarnos despiertos, no encontraremos ningún principio que requiera haber nacido ni fin que requiera nuestra muerte. Lo que hallaremos es la esencia de la vida, que no puede ser consumida por llamas apocalípticas, ni arrastrada por la inundación, ni cortada por una espada, ni atravesada por una flecha. No es tan grande que no entre en la semilla de una flor sin que la semilla se expanda. No es tan pequeña que no llene el universo sin que el universo se contraiga." La "esencia de la vida" es la Ley Mística, que es la totalidad de la existencia universal, inmanente a todos los seres. Nichiren Daishonin está reafirmando aquí que nuestra naturaleza no comienza y termina, sino que coexiste con el universo. Las primeras formas de vida aparecieron en la tierra, según se cree, hace tres mil millones de años. Los seres humanos parecen haber aparecido hace un millón, tal vez hasta dos millones y medio de años. Pero decir que la vida en sí comenzó por entonces o que el ser de la existencia humana surgió con los primeros humanos sería superficial. La vida y el ser existieron mucho antes de que tomaran una forma manifiesta en esta Tierra. De modo similar, continuarán existiendo a lo largo de toda la eternidad, a través de interminables representaciones del drama de vida y muerte. Hace poco se me preguntó si una persona cansada de la vida podía escapar a todo suicidándose o pagando a otro para que la matara. La respuesta, negativa, está implícita en las palabras ya citadas: "La esencia de la vida... no puede ser consumida por llamas apocalípticas, ni arrastrada por la inundación, ni cortada por una espada, ni atravesada por una flecha." Puesto que todas las formas de vida existen originaria y concurrentemente con el universo, son indestructibles. Para utilizar la terminología del doctor Okabe, la energía cósmica (fuente inagotable de toda la actividad, física o espiritual) opera en concordancia con la ley de conservación de la energía. No es creada ni aniquilada, por frecuentes que sean sus cambios y sus variadas formas. El ser es imperecedero. El sufrimiento no acaba con la muerte. El párrafo según el cual la esencia de la vida puede estar contenida en la semilla de una flor o colmar el universo entero no se puede explicar sin hacer referencia al concepto de hú, latencia, porque es en esa condición como la entidad mística trasciende los confines de espacio y tiempo. Tendemos a considerar el estado de kú como inactivo, como el agua en el fondo del océano, pero en realidad está eternamente cargado con la vibrante energía de la vida. La muerte tampoco es estática. Tal como hablamos de las actividades de la vida, podemos hablar de las actividades de la muerte, aunque éstas no nos resulten visibles. Muchas entidades de vida deben gozar un período de paz y tranquilidad después de la muerte, pero para otros ésta acarrea miedo, preocupaciones, angustias y tormentos. Las actividades de la muerte se pueden comparar con las incontables ondas de radio que se transmiten por el aire. Algunas son ondas felices, que llevan música, risas o buenas noticias, otras contienen propaganda violenta y odiosa. No importa qué lleven, ninguna de ellas interrumpe ni estorba a las otras, siempre que no estén en la misma longitud. Sin un receptor no es posible detectar su presencia, pero con él vemos u oímos aquello para lo cual estamos afinados. En términos amplios, el ser que muere permanece "sintonizado" con el estado de existencia anterior. Tal como puede haber un "ser" que soporte ansiedades y sufrimientos, puede haber un "ser" que se mueva con ondas de alegría. Las funciones, operaciones o actividades de la muerte, aunque difieran en textura de las que realiza la vida, siempre están sustenta-das por la esencia de vida. La muerte, al ser una sola cosa con la vida, es también original y eterna. Aunque manifiesta ya la vida, ya la muerte, nuestro ser es una parte integral de la vida cósmica. Hasta en la persona que se halla en estado de Infierno permanece vivo el estado supremo de Buda, pues la energía de la Ley Mística satura las corrientes más profundas de la muerte. Colmado de com-pasión profunda, el Buda ilumina las realidades de la vida y la muerte tal como son. Tal es el reflejo de la penetración del Buda en una realidad constante y última para todas las formas de vida, así como la expresión de la posibilidad de salvación, proporcionada para calmar los sufrimientos de los muertos.

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