Cuando conocí a mi maestro
Daisaku Ikeda

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Cuando conocí a Josei Toda Momento decisivo en mi vida Sólo un maestro verdadero y dotado por la naturaleza es capaz de ofrecer el tipo de educación que desarrolla el carácter de un individuo. Tuve la suficiente buena fortuna de encontrar en Josei Toda este tipo de maestro.

Algunas veces un solo encuentro puede cambiar el curso de nuestra vida. Mi reunión con Josei Toda en agosto de 1947 fue así.

Era una tarde húmeda y cálida. Tokio aún lucía frescas las cicatrices de la guerra. Como un vasto terraplén quemado, en el desolado paisaje había, esparcidas, rudimentarias barracas y viejos refugios antiaéreos. Eran tiempos de cruel escasez económica y de confusión.

Nuestros maestros de escuela, quienes habían hablado con tanta pasión sobre la grandeza del Emperador, de repente comenzaron a alabar la grandeza de la democracia. Parecía como si no quedase nada en lo que valiera la pena creer.

En un ambiente así resultaba esencial encontrar algo a qué aferrarse. Me uní a un grupo de unos veinte jóvenes de mi vecindario que formaron un círculo de lectores, en una búsqueda desesperada de respuestas en la literatura y en la filosofía y juntos tratamos de encontrar algún tipo de significado o dirección para nuestras vidas.

Cada uno traía cualquier libro que se hubiera salvado de las llamas y con eso alimentábamos nuestra hambre por la palabra escrita. Compartíamos nuestras impresiones en discusiones y debates sin fin.

Habiendo sido tan viciosamente traicionados por los líderes militaristas japoneses, sentíamos que no había nada ni nadie en quién confiar. Si existiese alguien digno de confianza, sólo podría ser quien se hubiese opuesto a la guerra, aun teniendo que ir a prisión por ello.

Un día, un viejo amigo me invitó a una reunión sobre la “filosofía de la vida” en un hogar cercano. Mi curiosidad chispeó y me puse en camino hacia la reunión.

Al llegar vi a un hombre cuarentón. Su voz era más bien ronca, pero daba la impresión de estar completamente sereno. Los gruesos cristales de sus anteojos captaban la luz. Al principio, no pude comprender lo que estaba diciendo, algo acerca del budismo. Pero luego también hizo penetrantes comentarios sobre diferentes temas, desde las cuestiones candentes de la vida diaria hasta la política contemporánea.

Estaba claro que este no era un sermón religioso tradicional, ni era una disertación sobre filosofía. Sus palabras eran concretas y estaba utilizando eventos y ejemplos comunes para explicar verdades profundas. La habitación estaba llena de personas con ropas andrajosas, pero había un aire de energía e inspiración.

Josei Toda era distinto a cualquiera que yo hubiese conocido anteriormente. Hablaba en un lenguaje simple, casi tosco, y sin embargo irradiaba calidez. Resultó extraño, pero sentí que de alguna manera lo conocía, que era un viejo amigo.

Cuando finalizó su alocución, el amigo que me había traído nos presentó. El me miró intensamente con sus ojos brillando tras los lentes. Soltó una sonrisa cálida de bienvenida y al tiempo preguntó: “bien, ¿Cuántos años tienes ahora?”. “Diecinueve”, respondí, impulsado por una extraña sensación de familiaridad. El dijo con nostalgia que esa era la edad que tenía cuando vino por primera vez a Tokio.

Me hallé a mí mismo interrogándolo sobre cosas acerca de la naturaleza de la vida y de la sociedad que me habían estado molestando.

Sus respuestas fueron completamente francas y directas, lo cual sugiere la presencia de una mente muy aguda. Por primera vez en mi vida sentí que la verdad estaba muy cerca, al alcance de la mano. El irradiaba convicción. Cuando me enteré que había estado dos años en prisión por oponerse a la guerra de agresión japonesa, manteniéndose fiel a sus creencias en medio de todo, supe que éste era alguien en quien podía depositar toda mi confianza.

Mi casual encuentro con Josei. Toda resultó ser un momento decisivo en mi vida. Diez días después me convertí en miembro de la Soka Gakkai, la organización budista dedicada a llevar un mensaje práctico de esperanza y autopotenciación a la gente común que guiaba Toda. La organización casi había sido aplastada por la opresión castrense durante la guerra.

También comencé a trabajar en la compañía editora de Toda, desde enero de 1949. El trabajo era arduo y las horas pasaban lentamente. Sacudida por la guerra y la derrota, la economía de Japón estaba caracterizada por feroces olas de inflación. El efecto era devastador para una compañía pequeña.

“Puedo haber sido derrotado en los negocios, pero no he perdido en la vida", decía Josei Toda, a medida que muchos de sus colegas originales lo abandonaban. Nunca olvidaré el sonido de su voz: parecía provenir de las profundidades de su vida.

Dedicó pacientemente todo su esfuerzo a animar a los hombres y mujeres que estaban luchando por reconstruir sus vidas con la ayuda del budismo. Sé que hay decenas de miles de personas que fueron personalmente estimuladas por él y quienes encontraron la fuerza para enfrentar las dificultades que parecían bloquear su camino.

Aunque mi salud y mi economía personal estaban al borde del colapso, nunca abandoné a mi mentor; había decidido que le acompañaría hasta las profundidades del infierno, de ser necesario.

En vista de que no pude continuar mis estudios formales, Josei Toda se ofreció para enseñarme todo lo que él sabía. Fue mi tutor personal y nuestras sesiones unipersonales de estudio continuaron por los siguientes diez años.

Con paciencia me instruyó sobre leyes, política, economía, física y química, astronomía y los clásicos chinos, y siempre estaba inquiriéndome sobre lo que había leído. Me animó a convertirme en inspiración para quienes no tienen la posibilidad de asistir a la escuela.

Es obvio que he olvidado los puntos específicos que aprendí. Pero los elementos esenciales -hábitos de pensamiento diarios, cómo ver las cosas y juzgarlas- han permanecido conmigo, grabados, como fue el caso, con fuego en el fondo de mi cerebro. El nunca ofreció simplemente conocimientos, sino que siempre hacía énfasis en los procesos, con la intención de desarrollar mi comprensión acerca de cómo algo llegaba a ser de la forma que era.

Sólo un maestro verdadero y dotado por la naturaleza es capaz de ofrecer el tipo de educación que desarrolla el carácter de un individuo. Tuve la suficiente buena fortuna de encontrar en Josei Toda este tipo de maestro en extremo sobresaliente y talentoso.

Eran tiempos difíciles y el camino hacia la creación de un movimiento de la gente por la paz estaba lleno de dificultades. Pero la fortaleza y comprensión que desarrollé al trabajar hombro a hombro con este gran hombre me ha sostenido en todo lo que he realizado desde entonces.

Llevo la fotografía de Toda conmigo en todo momento y me gusta sentir que él está siempre en mi corazón, como un padre estricto pero amoroso, observando todo lo que hago. Con cada año que pasa mi sensación de aprecio y gratitud hacia él sólo se profundiza.

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